Existía en un bosque un camaleón. A diferencia de todos los animales, él se podía confundir perfectamente cambiando su color con el medio que lo rodeaba. Se paseaba por el bosque saludando a los animales mientras se jactaba de su habilidad de cambiar el color de su cuerpo a cada instante.
Paseando por el bosque se encontró con el loro; para quedar bien, se puso de color verde para verse como él y ser aceptado por el loro. Más adelante se encontró con el castor y se cambió a color marrón para ser igual que él… y así, se cambiaba de color dependiendo del animal con el que se encontraba.
Un buen día el camaleón se enfermó y fue a pedir ayuda a los animales del bosque. A causa de su enfermedad no podía cambiar de color y quedó de un solo color: gris. Se acercó al loro pero éste, que siempre lo había visto verde no lo reconoció, lo mismo pasó con el castor y con cada animal del bosque. “¡Ay, por qué no fui siempre yo!”, se lamentaba el camaleón.
Justo por ahí, pasaba una lagartija que al ver el problema del camaleón le dijo: - Tienes que aprender que tus habilidades son de defensa y no para quedar bien con los demás. Al fin y al cabo, nunca fuiste tú y por eso nadie te reconoce.
El camaleón una vez recuperado, volvió a pasear por el bosque, pero esta vez como él era. Y si alguna vez cambiaba de color, ya no era según la ocasión.